Josef: Cora, ¿es usted monja? Eres monja, ¿verdad? Eso lo explica todo. Es Cora, hermanita de la Orden del Pollo y el Arroz.
Hanna sonríe.
Josef: Cora, hermanita de los desamparados. ¡Benditos sean los quemados, benditos aquellos que mojan la…!
Josef gime de dolor cuando Hanna empieza a curarle.
Josef: ¿Qué clase de pelirroja es usted? ¿L’Oreal, henna o de verdad, con pelo rojo ahí abajo…?
Un nuevo gemido de dolor le hace interrumpirse.
Josef: No, no es monja. Una monja me hablaría con ese aire de estar de vuelta de todo cuando no sabe una mierda. Me tiene en sus sexys manos de látex, Cora. Soy todo suyo.
El dolor le interrumpe una vez más.
Josef: Su olor… No usa colonia, ¿verdad? A mi tampoco me gusta el perfume. Puto perfume, ¡a la mierda el perfume! Usted huele… Huele a limpio. A una especie de jabón de almendras… Puede que por eso la confundiera con una monja.
Hanna: ¿Por qué me llama Cora?
Josef: ¡Oh! Usted no, no me da ni un gramo de información, sólo unas mentiras absurdas: pollo, arroz, manzanas… ¿Y quiere que le cuente mis pequeños secretos? ¡Ah, no! Lo siento, esto no va así. Cuénteme algo sobre usted, déme alguna información y… Y le hablaré de Cora.
Hanna: Soy sorda. Llevo un aparato para oír. Cuando no quiero escuchar algo, lo desconecto. Entonces no oigo casi nada.
Josef: ¿Es de nacimiento?
Hanna: No.
Josef: ¿Puedo preguntar que te pasó?
Hanna: No, no puede.
Josef: Hace tiempo leí una historia sobre una… Sobre una enfermera muy joven y muy guapa llamada Cora y de un chico de 15 años al que ingresan para operarle de apendicitis. Y al chico le avergüenza que ella le bañe, le afeite, le ponga la cuña… Cuando ella está en la habitación, él no puede ni hablar. Ella no le toma en serio, cree que es un niño, le trata como a un bebé. Y al final, surgen complicaciones: infección, fiebre alta… Y el chico está muy débil y se muere… Y Cora se sienta junto a su cama, le habla y le canta y… No sirve de nada. Se muere. Ella se acerca a él y le dice: “No me dejes, no… No me dejes, no me… No me dejes”. Y el chico muere con su nombre, Cora, en los labios. Y ella descubre que lo amaba.
[...]
Hanna está afeitando a Josef.
Josef: ¿Puedes hacerlo todos los días?
Hanna: Sí, si quieres.
Josef: El aspecto es importante, hay que mantener las apariencias. Nunca se sabe quien puede venir: la reina de Inglaterra, Papá Noel… (Hanna sonríe, él suspira). Me duele la cabeza.
Hanna: Eso es por la fiebre. Hoy te ha subido la temperatura.
Josef: Eres tú quien me la sube. Lo siento. Ya me callo. Hoy no pienso molestarte con mis chorradas.
Hanna: ¿No? Que pena, justo ahora que empezaban a divertirme. Me imagino que tienes 15 años.
Josef: Tengo exactamente tres veces 15. ¿Y tú? ¿Sabes que he soñado contigo, Cora? Un par de veces. No te preocupes, no eran eróticos.
Hanna: Lástima.
Josef empieza a reírse débilmente.
Josef: No me hagas reír. Me duele demasiado.
Hanna sonríe.
Josef: Cora, hermanita de los desamparados. ¡Benditos sean los quemados, benditos aquellos que mojan la…!
Josef gime de dolor cuando Hanna empieza a curarle.
Josef: ¿Qué clase de pelirroja es usted? ¿L’Oreal, henna o de verdad, con pelo rojo ahí abajo…?
Un nuevo gemido de dolor le hace interrumpirse.
Josef: No, no es monja. Una monja me hablaría con ese aire de estar de vuelta de todo cuando no sabe una mierda. Me tiene en sus sexys manos de látex, Cora. Soy todo suyo.
El dolor le interrumpe una vez más.
Josef: Su olor… No usa colonia, ¿verdad? A mi tampoco me gusta el perfume. Puto perfume, ¡a la mierda el perfume! Usted huele… Huele a limpio. A una especie de jabón de almendras… Puede que por eso la confundiera con una monja.
Hanna: ¿Por qué me llama Cora?
Josef: ¡Oh! Usted no, no me da ni un gramo de información, sólo unas mentiras absurdas: pollo, arroz, manzanas… ¿Y quiere que le cuente mis pequeños secretos? ¡Ah, no! Lo siento, esto no va así. Cuénteme algo sobre usted, déme alguna información y… Y le hablaré de Cora.
Hanna: Soy sorda. Llevo un aparato para oír. Cuando no quiero escuchar algo, lo desconecto. Entonces no oigo casi nada.
Josef: ¿Es de nacimiento?
Hanna: No.
Josef: ¿Puedo preguntar que te pasó?
Hanna: No, no puede.
Josef: Hace tiempo leí una historia sobre una… Sobre una enfermera muy joven y muy guapa llamada Cora y de un chico de 15 años al que ingresan para operarle de apendicitis. Y al chico le avergüenza que ella le bañe, le afeite, le ponga la cuña… Cuando ella está en la habitación, él no puede ni hablar. Ella no le toma en serio, cree que es un niño, le trata como a un bebé. Y al final, surgen complicaciones: infección, fiebre alta… Y el chico está muy débil y se muere… Y Cora se sienta junto a su cama, le habla y le canta y… No sirve de nada. Se muere. Ella se acerca a él y le dice: “No me dejes, no… No me dejes, no me… No me dejes”. Y el chico muere con su nombre, Cora, en los labios. Y ella descubre que lo amaba.
[...]
Hanna está afeitando a Josef.
Josef: ¿Puedes hacerlo todos los días?
Hanna: Sí, si quieres.
Josef: El aspecto es importante, hay que mantener las apariencias. Nunca se sabe quien puede venir: la reina de Inglaterra, Papá Noel… (Hanna sonríe, él suspira). Me duele la cabeza.
Hanna: Eso es por la fiebre. Hoy te ha subido la temperatura.
Josef: Eres tú quien me la sube. Lo siento. Ya me callo. Hoy no pienso molestarte con mis chorradas.
Hanna: ¿No? Que pena, justo ahora que empezaban a divertirme. Me imagino que tienes 15 años.
Josef: Tengo exactamente tres veces 15. ¿Y tú? ¿Sabes que he soñado contigo, Cora? Un par de veces. No te preocupes, no eran eróticos.
Hanna: Lástima.
Josef empieza a reírse débilmente.
Josef: No me hagas reír. Me duele demasiado.
La vida secreta de las palabras
Isabel Coixet (2005)
2 comentarios:
¡Hola! No la he visto. Sé que me resultará "dura" por lo que me han contado... así que la sigo retrasando. ¡Saludos! :D
Es dura, es verdad, pero es taaaaaan bonita... Te la recomiendo, es muy buena ^^
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